El feudalismo consistía en un acuerdo entre dos hombres, uno el señor y otro el vasallo.
Juramentos de fidelidad:
1. El vasallo prometía obediencia y fidelidad a su señor y se comprometía a cumplir una serie de funciones en su nombre. Los deberes más importantes eran comúnmente: el servicio militar (normalmente limitado a 40 días al año), reclutar soldados para el ejército de su señor y proveerlo de ingresos.
2. Por su parte, el señor se comprometía a dar protección militar a su vasallo y a proporcionarle los medios de subsistencia.
Con ese fin, el vasallo recibía el control de un feudo que normalmente consistía en una gran extensión de tierra, aunque también podía tratarse de funciones lucrativas y de responsabilidad, como recaudador de impuestos, acuñador de moneda o agente de aduanas. De ese modo, un señor con muchos vasallos disponía de fuentes seguras de ingresos además de un ejército.
El contrato feudal era de por vida. El señor podía arrebatarle el feudo a su vasallo si éste incumplía sus obligaciones. En cambio, para el vasallo, dejar a su señor era tarea más ardua. Al principio los feudos no eran hereditarios, lo que constituía una gran ventaja para el señor. Cuantos más feudos tenía un señor para repartir, más duramente habían de trabajar los vasallos para ganárselos. Con el transcurso de la Edad Media, los vasallos encontraron oportunidades para convertir sus feudos en hereditarios, dejando a sus señores un número menor de los que disponer como recompensa.
Juramentos de fidelidad:
1. El vasallo prometía obediencia y fidelidad a su señor y se comprometía a cumplir una serie de funciones en su nombre. Los deberes más importantes eran comúnmente: el servicio militar (normalmente limitado a 40 días al año), reclutar soldados para el ejército de su señor y proveerlo de ingresos.
2. Por su parte, el señor se comprometía a dar protección militar a su vasallo y a proporcionarle los medios de subsistencia.
Con ese fin, el vasallo recibía el control de un feudo que normalmente consistía en una gran extensión de tierra, aunque también podía tratarse de funciones lucrativas y de responsabilidad, como recaudador de impuestos, acuñador de moneda o agente de aduanas. De ese modo, un señor con muchos vasallos disponía de fuentes seguras de ingresos además de un ejército.
El contrato feudal era de por vida. El señor podía arrebatarle el feudo a su vasallo si éste incumplía sus obligaciones. En cambio, para el vasallo, dejar a su señor era tarea más ardua. Al principio los feudos no eran hereditarios, lo que constituía una gran ventaja para el señor. Cuantos más feudos tenía un señor para repartir, más duramente habían de trabajar los vasallos para ganárselos. Con el transcurso de la Edad Media, los vasallos encontraron oportunidades para convertir sus feudos en hereditarios, dejando a sus señores un número menor de los que disponer como recompensa.
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